Trabalho espanhol
Por: Jaled Abdelrahim
La avería estaba en el alternador. Estaba roto y por eso el coche dejó de andar. La intención era salir temprano del sur de Venezuela y pasar el día al volante para llegar del tirón a Medellín (la segunda ciudad más importante de Colombia), pero el Volkswagen dijo hasta aquí a tan solo 190 kilómetros de tocar destino.
“Claro que tiene arreglo, hermano”, dice un mecánico que aparece como caído del cielo en la noche a lomos de una motocicleta. “Pero en este pueblo no creerá que existe esa pieza, tengo que pedirla, así que tendrá que quedarse aquí al menos un par de días”. La diminuta localidad inesperada se llama Puerto Berrío, un municipio de escasas calles, gente sencilla y constantes ofrecimientos amables a la orilla del río Magdalena. Resulta que a veces, por pura casualidad, uno se encuentra con las historias más curiosas e inverosímiles de un viaje. Me hallo posiblemente en la única ciudad del mundo donde los muertos tienen padres adoptivos.
Colombia es un país agradable de visitar. Eso no quita para que el forastero perciba a simple vista los cuatro elementos inalienables que esta nación posee acuñados en su ADN: naturaleza, folclore, profunda fe cristiana y un doloroso conflicto armado que ya supera los 50 años de realidad. Digamos que Puerto Berrío es el paradigma de esa carga genética.
Lo natural se lo pone a este enclave el río Magdalena, la principal arteria fluvial del país, con sus más de 1.500 kilómetros de torrente desde los Andes al mar Caribe. En este punto de su curso medio, las aguas bajas del colosal cauce dejan, con su corriente suave, un puerto que significa el motor de la economía de esta urbe de 50.000 habitantes. Lo que deja la corriente escarpada es más desagradable. Se trata de la rúbrica de un estado que aún hoy -aunque en menor medida que enel pasado- sufre la lacra de la violencia de paramilitares, guerrilla, sicarios y cuerpos armados.
Ocurre que muchos